- Ajá, abuelita- responde sin prestarle atención.
- Mientras dormía recordé…
… Están muy ricos, en realidad tú naciste en Brasil, Alvarito, ¿de veras?, por supuesto que me encantaría visitar algún día tu precioso pueblito, al que ya conozco gracias a las postales que me has enviado, naciste en Brasil porque tu papá trabajaba allá, le ofrecieron un puesto muy bueno, trabajaba explotando el gaucho y además tenía una mina de diamantes, y mucho me agradecería conocerte, así como a tu linda abuelita, estaba haciendo mucho dinero, se estaba volviendo millonario, no es cierto, sino ¿por qué nosotros somos pobres?, ah, pues ahorita te cuento, ya déjame leer, abuelita, puedes estar seguro que en cuanto haya oportunidad estaré por allá, lo que pasó es que de regreso a México se vinieron en avión contigo que acababas de cumplir dos años y con todo el dinero que habían juntado, ¿si?, ¿y qué pasó con el dinero?, actualmente estoy preparando mi próximo L. P,, de repente empezó a fallar el motor del avión, el piloto desesperado pedía auxilio por radio y nadie le hacia caso, se moría de los nervios y tus papás ya ni se diga, rezaban, se abrazaban, se encomendaban a Dios, trataban de protegerte, sabían que se acercaban a su fin, todavía no sé cuáles canciones se incluirán, pues apenas estamos seleccionando el material, de pronto se oyó una explosión y el avión empezó a caer, a caer, a caer, hasta que se estrelló en la mera selva, en los más alejado del mundo, salúdame a tu abuelita y tú recibe el afecto sincero de tu amiga, todos murieron, sólo tu sobreviviste porque, ay abuelita, me estás contando el principio de Tarzán, Angélica María.
Algún día vendrá: sola, conducirá un convertible último modelo; traerá un vestido amplio y un suetercito ligero; una pañoleta protegerá su cabello del polvo del camino; seguramente viajará con lentes oscuros para que la reconozcan; ningún maquillaje empañará la tersura de su rostro (¿será cierto que tiene pecas?); ¿fumará? Tocará el claxon y Álvaro abrirá de inmediato (en caso de que llegara durante la mañana, su abuela iría corriendo a la secundaria a avisarle); la invitará a tomar un refresco (¿cuál será su preferido?) o una nieve, y conversarán ampliamente. Antes de que parta, le autografiará todos sus discos. Se despedirán con un beso en la mejilla, como grandes amigos, y ella le insistirá en que no deje de visitarla cuando vaya a México.
De nuevo en el hotel -¿te cae que siempre sola y llorando?, Alba María?- no tiene ánimos siquiera para terminar la carta iniciada en la mañana de ese aciago día- “presintiendo que se acerca, invisible como el viento”. Busca en su maleta la almohada de plumas sin la cual no puede dormir; esta noche la pasará en vela; o la olvidó al empacar apresuradamente, o alguien, tratando de hacerle daño, se la robó durante el viaje. Como necesitaría en estos momentos una presencia amiga, por no pedir algo más: “el amor, cuántos años van que se ha escondido así…”
… los pulsos, los impulsos, los zumbidos, los dolores reumáticos que produce la humedad, el calor… ¿te cae que las manos te tiemblan y te sientes morir, como dice la canción? Pobres besos tuyos, Labia María, que no encuentran eco… Olvidar tu cuerpo… si su pudiera.