Y por último, y con su anuencia, el texto de Abel Bea "El abrazo del alma".
"Para abrazar el alma...Los seres humanos solemos abrazar los cuerpos, con abrazos más o menos afectuosos, que a veces nos llenan y a veces no, que pueden ser fríos y distantes –porque no todos los brazos hablan el mismo idioma-; o que pueden ser más cálidos, pero ajenos; que pueden tocar tu corazón, pero no tu alma; que pueden hacerte vibrar, pero más por fuera que por dentro. Sin embargo en una escuela, ubicada en cierta montaña, nos han enseñado a abrazar el alma.
Para abrazar el alma de la persona que amas, esa que ocupa tus sueños, que le da color a tus días, que te hace ver el mundo con otros ojos, que llena tu presente y que es el horizonte de tu futuro; esa que te emborracha con su mirada, que sin decirlo te dice que te ama, hay todo un rito particular:
Acércatele despacito, sin hacer mucho ruido, especialmente cuando ese tu amor está triste o pensativo, o simplemente cansado o melancólico, de pie, con los ojos cerrados, como contemplando sin ver. Entonces extiendes tus brazos, como para acoger el universo, y le tomas por la espalda, suave pero firmemente, con el derecho que te da ser tú el motivo de su contemplación. Y lo acercas a ti, hasta sentir que su espina dorsal late en tu pecho, y lo rodeas con un brazo a la altura de su corazón, mientras con el otro tomas posesión de su cintura. Después le murmuras algo suave en su oído, casi imperceptible, algo así como “te estás quedando dormido, de pie, como los caballos”. Y apoyas tu quijada en su hombro, con la simplicidad de quien ha encontrado su almohada natural. Y cierras tus ojos y te imaginas que el mundo será siempre así. Quédate un momento así, tratando de colonizar sus sentidos, hasta que sientas que los dos sois un solo cuerpo, que estáis entrando en la suavidad del paraíso, que os rodea todo el bien del mundo.
Y entonces sí, muy lentamente, comienzas un arrullo suave, como si un viento ligero os llevara por encima de las nubes, más allá del dolor, de la pérdida y de la separación. Que el ritmo de vuestros corazones se acompase, que sintáis un solo latido, que el tiempo deje de correr y la intimidad se haga eterna. Llevarás tú el timón de esa nave, rompiendo las olas, como queriendo llegar a ninguna parte, en la plenitud del darse, del descubrir tu otro yo. En ese momento estarás abrazando su alma y no sólo su cuerpo, de tal manera que también él sentirá que está abrazando la tuya. Será fusión, explosión universal, música callada, será encuentro definitivo, inseparable, desde dentro. Será amor. Ese fuerte y verdadero, que trasciende tu cuerpo, tu contingencia, tu religión. De esta manera, vuestro abrazo se convertirá en ley de la naturaleza. Y ya no importarán las distancias ni los miedos, ni la muerte. Seréis uno para siempre, juntos, perdidos en el espacio interior; ya no podréis separaros porque el abrazo del alma es indestructible.
Y deja que pasen los minutos y las horas. Que su mejilla toque tu mano, que su aliento sea el tuyo. Siente su corazón bajo tu brazo; masajea con suavidad sus sentimientos, envuelve en donación sus temores; arroja de su cuerpo las angustias, embriágalo de ti. Así, lentamente, compartiendo el andar de las estrellas, imitando la cadencia de la luna, el transcurrir de las estaciones, el dulce dormir del inocente.
Luego, con la certeza de quien se va pero se queda, porque ya no puede irse, susúrrale de nuevo algo suave, del tipo “encanto”, “dulzura” y dale un ligero toque en sus hombros con tus dos manos. Como quien sella una alianza para siempre. Entonces sentirás el resorte de su cuerpo que rebota en tus brazos y te darás cuenta que un abrazo invade tu propia espalda y notarás que un lazo, una cuerda invisible, se extiende entre los dos y que no importa cuánto te alejes o cuánto se aleje él, ya nadie os podrá separar.
Y aunque tu cuerpo se vaya en ese instante, verás por dentro que él se gira lentamente, que te mira y sigue tu andar hasta que desaparezcas en el horizonte, porque ahora tú eres su horizonte. Y pagarías con tu vida si pudieras ver esa mirada que le queda, la profundidad de sus ojos entreabiertos, el infinito gozo de su rostro, la ternura mansa de su amor, la plenitud de su ser. Eres parte de él.
Aprende, estudiante de la montaña, cómo se abraza un alma".
"Para abrazar el alma...Los seres humanos solemos abrazar los cuerpos, con abrazos más o menos afectuosos, que a veces nos llenan y a veces no, que pueden ser fríos y distantes –porque no todos los brazos hablan el mismo idioma-; o que pueden ser más cálidos, pero ajenos; que pueden tocar tu corazón, pero no tu alma; que pueden hacerte vibrar, pero más por fuera que por dentro. Sin embargo en una escuela, ubicada en cierta montaña, nos han enseñado a abrazar el alma.
Para abrazar el alma de la persona que amas, esa que ocupa tus sueños, que le da color a tus días, que te hace ver el mundo con otros ojos, que llena tu presente y que es el horizonte de tu futuro; esa que te emborracha con su mirada, que sin decirlo te dice que te ama, hay todo un rito particular:
Acércatele despacito, sin hacer mucho ruido, especialmente cuando ese tu amor está triste o pensativo, o simplemente cansado o melancólico, de pie, con los ojos cerrados, como contemplando sin ver. Entonces extiendes tus brazos, como para acoger el universo, y le tomas por la espalda, suave pero firmemente, con el derecho que te da ser tú el motivo de su contemplación. Y lo acercas a ti, hasta sentir que su espina dorsal late en tu pecho, y lo rodeas con un brazo a la altura de su corazón, mientras con el otro tomas posesión de su cintura. Después le murmuras algo suave en su oído, casi imperceptible, algo así como “te estás quedando dormido, de pie, como los caballos”. Y apoyas tu quijada en su hombro, con la simplicidad de quien ha encontrado su almohada natural. Y cierras tus ojos y te imaginas que el mundo será siempre así. Quédate un momento así, tratando de colonizar sus sentidos, hasta que sientas que los dos sois un solo cuerpo, que estáis entrando en la suavidad del paraíso, que os rodea todo el bien del mundo.
Y entonces sí, muy lentamente, comienzas un arrullo suave, como si un viento ligero os llevara por encima de las nubes, más allá del dolor, de la pérdida y de la separación. Que el ritmo de vuestros corazones se acompase, que sintáis un solo latido, que el tiempo deje de correr y la intimidad se haga eterna. Llevarás tú el timón de esa nave, rompiendo las olas, como queriendo llegar a ninguna parte, en la plenitud del darse, del descubrir tu otro yo. En ese momento estarás abrazando su alma y no sólo su cuerpo, de tal manera que también él sentirá que está abrazando la tuya. Será fusión, explosión universal, música callada, será encuentro definitivo, inseparable, desde dentro. Será amor. Ese fuerte y verdadero, que trasciende tu cuerpo, tu contingencia, tu religión. De esta manera, vuestro abrazo se convertirá en ley de la naturaleza. Y ya no importarán las distancias ni los miedos, ni la muerte. Seréis uno para siempre, juntos, perdidos en el espacio interior; ya no podréis separaros porque el abrazo del alma es indestructible.
Y deja que pasen los minutos y las horas. Que su mejilla toque tu mano, que su aliento sea el tuyo. Siente su corazón bajo tu brazo; masajea con suavidad sus sentimientos, envuelve en donación sus temores; arroja de su cuerpo las angustias, embriágalo de ti. Así, lentamente, compartiendo el andar de las estrellas, imitando la cadencia de la luna, el transcurrir de las estaciones, el dulce dormir del inocente.
Luego, con la certeza de quien se va pero se queda, porque ya no puede irse, susúrrale de nuevo algo suave, del tipo “encanto”, “dulzura” y dale un ligero toque en sus hombros con tus dos manos. Como quien sella una alianza para siempre. Entonces sentirás el resorte de su cuerpo que rebota en tus brazos y te darás cuenta que un abrazo invade tu propia espalda y notarás que un lazo, una cuerda invisible, se extiende entre los dos y que no importa cuánto te alejes o cuánto se aleje él, ya nadie os podrá separar.
Y aunque tu cuerpo se vaya en ese instante, verás por dentro que él se gira lentamente, que te mira y sigue tu andar hasta que desaparezcas en el horizonte, porque ahora tú eres su horizonte. Y pagarías con tu vida si pudieras ver esa mirada que le queda, la profundidad de sus ojos entreabiertos, el infinito gozo de su rostro, la ternura mansa de su amor, la plenitud de su ser. Eres parte de él.
Aprende, estudiante de la montaña, cómo se abraza un alma".
4 comentarios:
Enhorabuena Abel por esa composición tan hermosa, cuanto me he alegrado de verla en 1º página, y gracias Juan Carlos por ponerla. Lo siento pero no soy capaz de ver los 4 videos, no puedo, algún día lo conseguiré.
Un beso enorme para los dos.
Juan Carlos, tu blog me gusta mucho, espero siempre tus canciones.
Puff!!!...A mi que no me toquen ese tema porque entonces me hacen llorar como una magdalena. Gracias Abel por ese texto tan hermoso, lo he leído varias veces y siempre me emociono como si fuera la primera vez. Juan Carlos siempre es un placer visitar tu casa.
devezencuando
Me ha emociodado de verdad, Abel vaya texto tan magnífico, es dificil permanecer indiferente con esto, las lágrimas , de nuevo me han vuielto a caer, ! joder, una y otra vez ¡
AMÉN. Como una oración.
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